Por Mónica Cué
Está claro que el origen no determina mi destino, pero sí marca un punto de partida trascendente, traza un sendero, deja un sello, marca una pauta y proporciona una escala de valores, un sentido de pertenencia, seguridad clave y determinante para el desarrollo personal de por vida.
Ahora bien, es verdad que conocerme desde mis raíces es sumamente importante. Tener sentido de pertenencia sí que me marca una línea clara y determinante para el resto de mi vida, pero de mi y solo de mi depende evolucionar y crecer.
Dejemos de lado la soberbia, porque ninguno tenemos la verdad absoluta. Los padres no enseñamos cómo es el mundo, enseñamos más bien cómo vemos el mundo. Cada uno tenemos nuestra propia percepción, nuestra propia forma, nuestro propio sentir. Eso es lo que enseñamos pero es cada miembro quien lo hace lo propio y lo va moldeando. Así, viene el legado familiar con las historias y la visión de la vida que a su vez nos transmitieron nuestros padres, abuelos y generaciones hacia atrás. La diferencia no es la historia, es que cada uno decide el color de los lentes para mirar esas mismas cosas, cada uno tiene su interpretación y su forma.
Toda familia tiene situaciones y circunstancias diferentes, cada uno de sus miembros es importante y tiene su lugar dentro del sistema familiar. Cada uno aporta y marca de diferente manera a sí mismo y a los demás. Todas las familias tienen una historia, tienen miembros presentes y ancestros que probablemente no conocimos pero que nos marcan de igual forma, participan dentro del mismo sistema familiar y tienen un lugar igual que los presentes; aunque no lo parezca, las historias pasadas por ellos aún sin haberlos conocido o vivido en carne propia, tienen repercusión directa en nuestra vida actual.
Llega un momento de nuestra vida en que nos encontramos adultos y es entonces que nos convertimos en los únicos responsables de nosotros mismos, tenemos que ser capaces de validar el dolor o el gozo que tengamos y acompañarnos en ello, integrar y desenredar los nudos que nos limitan para entonces desde ahí, convertirnos en los propios padres amorosos de ese niño que fuimos y transitar desde nuestra propia perspectiva. Es realmente satisfactorio, importante y valioso tomar las riendas de tu vida, vivirla consciente en todos los sentidos. Ser el dueño de tus pensamientos, de tus acciones, de tus decisiones y por lo tanto de tus consecuencias. Está claro que la influencia familiar es muy grande, pero asumirnos como personas individuales, como adultos responsables, nos invita a tomar lo mejor de esa influencia, de esa herencia, de esos valores y pensamientos aprendidos, analizar la visión transmitida para hacer lo mejor de ello y conscientemente cuestionarse para entonces formar nuestro propio criterio, nuestra propia visión y nuestra propia cadena de creencias.
Ninguno tenemos que guardar fachada de algo que ya pasó. El primer paso para sanar a la familia es no sellar situaciones como secretos. Que sea visto, nombrado, normalizado y honrado para reparar y evitar que por generaciones pueda repetirse. El hecho de reconocerlo, abrirlo y develarlo hace que pierda el poder de hacer daño y repetirse. Tratemos de romper con tabúes transgeneracionales que se heredan y hacen daño, que rompen relaciones, que dañan personas, y que lastiman desde lo individual hacia lo colectivo. Si tú lo estás viviendo así, no permitas que el daño permee hacia las siguientes generaciones, promueve lo positivo, termina por abrir y hacer evidente lo negativo para que no se repita, pero dejemos de guardar apariencias y de echarle tierra al hormiguero que eso no hace que las hormigas dejen de estar dentro.
No existe familia funcional perfecta. Todas, absolutamente todas por mucha pantalla de perfección que se pongan tienen algo que no funciona y lastima de distinta manera a sus miembros; así que ninguna se salva y nadie tiene el derecho a opinar y juzgar a la tuya. Mejor, encontremos el núcleo y tratemos de sanar a nuestra familia, pero empecemos analizandonos a nosotros mismos entendiendo que cada miembro ha jugado su rol, ha tenido su papel y ha dejado huella, pero cada uno somos protagonistas de nuestra historia así que... Jalar la hebra de la madeja desde lo personal que es la punta, nos va a llevar al centro en el orden correcto y sin enredarnos. Si no puedes solo, si no lo tienes tan claro, entonces pide ayuda, sana a tu familia, aprende a entender, a fluir y dejar de cargar con ello.
Hay patrones de comportamiento, hay creencias, secretos y pensamientos heredados que muchas veces no se cuestionan, se guardan y se perpetúan por generaciones, pero que intervienen en la situación presente, que tienen directa relación con nuestro comportamiento y nuestra forma de actuar. Por eso, alguien tiene que romper con ellos, o por lo menos cuestionarlos y desde la conciencia adoptarlos, seguir el legado de la herencia o bien sanarlos, romperlos y evolucionarlos hacia el presente consciente. Elige con cuáles te quieres quedar.
Como sabemos, todo empieza con el lenguaje, con la programación neurolingüística que también hemos arrastrado, imitado y perpetuado por generaciones sin cuestionar o más bien sin analizar desde el fondo. Hay frases dentro del sistema familiar que se repiten por generaciones, reconozco que yo misma las he utilizado y es ahora que en conciencia y analizando con más detenimiento, me doy cuenta que no aportan y lejos de ayudar, afectan. Por ejemplo: “si no tienes nada bueno que decir, mejor no digas nada”; eso, desde mi perspectiva, es un error ¡Callar no resuelve! Entiendo que el significado entre líneas es no ofendas a nadie y si es lo único que tienes, mejor calla; pero en realidad lo que hay que cambiar no es el fondo, sino la forma. En una familia, se debería poder tocar todos los temas, hablar abiertamente de lo que se está sintiendo o de cualquier situación pero con las palabras adecuadas, “si no tienes nada bueno que decir no lo digas”; podemos cambiarlo por… dilo sin ofensas, dilo sin faltar al respeto, dilo sin insultos, de buena manera y eligiendo tus palabras para expresarte sin lastimar a nadie. Otro ejemplo en el que frecuentemente se caemos las familias es: “olvídalo, no busques más problemas”; error, porque echar algo bajo la alfombra, evitar o evadir la situación, no va a hacer que esta desaparezca, que se vaya a llevar los problemas, los haga menores o que no vayan a tener consecuencias que posteriormente explotan, dejan marca y probablemente se vuelven irreparables. Mejor, en su momento enfréntalo y abórdalo con inteligencia para poder entonces resolverlo cuando todavía se puede. Así, al igual que hay frases y conductas que inconscientemente repetimos, hay situaciones y hechos que se repiten por generaciones de igual forma inconsciente. Hay secretos a los que se les guarda lealtad dentro de un sistema familiar que dañan generaciones enteras sin intención y probablemente sin tan solo saberlo.
Hay comportamientos, fobias e información que nos afecta directamente en nuestro actuar diario y que no necesariamente son nuestras. A ver, si claramente son nuestras porque forman parte de nosotros, pero lo que quiero decir es que esa información viene desde nuestro ADN y no necesariamente porque lo hayamos vivido o experimentado algún tipo de trauma directamente. Esta información puede ser transmitida desde cuatro generaciones atrás, podemos ser portadores de esos patrones y entonces experimentarlo nosotros en el presente, increíble ¿cierto? De la misma manera, pasa con las conductas, las relaciones, los pensamientos, las creencias, los éxitos, así como los conflictos y nuestra manera de abordar todo ello.
La familia es sagrada y lo creo así, pero muchas veces igual que nos enseña el camino, cómo y por dónde, también algunas veces nos enseña cómo y por dónde no. Sin duda, hay conductas, principios y valores que vale la pena perpetuar, pero otras muchas son repetitivas que se tienen que romper y sanar desde el conocimiento y la conciencia, trayéndolas al presente y así poder abordarlas con madurez. Debemos tener la apertura de no encasillarnos en el hecho de que por ser familia estamos condenados a callarlo, a seguir guardando secretos o a soportarlo todo y de todos. No deberíamos sentir culpa por dejar ir a quienes no quieren seguir formando parte de nuestra vida, a quienes no se sienten afortunados de tenernos, a quienes ya no nos consideran importantes mientras han tenido la oportunidad de crecer y recorrer juntos todo el camino hasta el final. Valora, agradece, atesora momentos, quédate con el aprendizaje, desea siempre el bien, la felicidad y el éxito, pero deja ir a quienes ya se quieren ir; eso también denota madurez, amor, respeto a tu familia y a tu propia persona.
Entendamos que no se trata de demeritar a nuestra familia, no es para renegar de nadie y mucho menos de nuestras raíces ni de la forma. No son juicios hacia nadie, detectarlo y abrirlo no nos hace mejores o peores personas y tampoco nos resta valor como familia; simplemente nos proporciona apertura y conocimiento para entender y abrazar una verdad que nos ayude a fluir mejor como personas.
Todo mundo quiere sinceridad, pero no siempre aguanta escuchar la verdad. A veces, somos nosotros mismos los que no queremos enterarnos de esa verdad aunque nos involucre, no queremos ahondar buscando respuestas ni siquiera en dentro de nosotros porque no queremos enfrentarnos con lo que vamos a encontrar ¿Les parece congruente?
No conocer, no sanar y no resolver conscientemente, nos hace repetir patrones y sí… Es duro cuando te das cuenta que las respuestas que creías dependían de los demás, resulta que están dentro de tí, que es ahí donde las tienes que buscar y desde ahí que las tienes que resolver. Pero para ello, primero tienes que detectar y entender desde tus raíces.
Así que deja de sabotearte, deja de inventarte una realidad que no existe, de poner una pantalla “perfecta” de persona o de familia y que dista mucho de lo que es en verdad. Hay veces que esa pantalla solamente la vemos nosotros porque resulta traslúcida y todo el mundo percibe esa verdad que nosotros mismos no queremos ver. Pensamos que no decirlo, no abrirlo o no aceptarlo lo hace invisible para los demás… ¿En serio? Es que resulta tan evidente que sólo para tí se ve borrosa, o más bien, la quieres ver así.
Existe una línea muy delgada en la que hay que poner cuidado, porque muchas veces se trata a la familia como si fueran extraños y a muchos extraños se les da entrada como si fueran familia. Otorgamos credenciales y luego nos preguntamos por qué cuando alguien abre un huequito hacia el interior de su propia historia, creen que inmediatamente se les adjudica el derecho de opinar, de emitir juicios a la ligera y de poco valor que vienen con mil opiniones y habladurías. Resulta que todo el mundo sabe la historia mejor que tú, todo el mundo tiene algo que decir o un "consejo que dar" cuando sabemos que en todas, absolutamente todas las familias hay algo que se pretende guardar pero eso no se dice, de la suya no hablan porque la suya es “perfecta” ¿Es necesaria la hipocresía y el juicio hacia quien abiertamente lo reconoce? ¿Qué es lo que te da el poder de opinar sobre la familia ajena pero pretendes ocultar de la propia? Te tengo noticias, ese que lo abre, ese que lo acepta es porque lo ha reconocido, lo tiene asumido, sanado, lo tiene detectado, probablemente resuelto y fluye en su propia paz, pero… ¿Tú qué esperas?
Es que, muchas veces es tan obvio, que obviamos el hecho de ser dueños de nuestros pensamientos, pero son estos los mismos que nos limitan a ser o hacer, nos limitan la evolución de pensamiento. Son estos últimos los que nos limitan las creencias, la conducta, las capacidades que creemos tener o no tener, las oportunidades que dejamos pasar, los miedos que permitimos nos paralicen e impiden avanzar, simplemente perdemos gracias a nuestros pensamientos limitantes la oportunidad de explorar y ocuparnos de nuestra propia vida, pero sí nos da el poder de "preocuparnos" y juzgar la ajena. Se vive de apariencias y se habla de “normalidad” como si esta existiera de la misma manera para todos.
Y no es una cuestión de rebeldía, es una cuestión cultural y social por no abordar las cosas como nos vienen y actuar en congruencia desde un criterio propio. Por alguna razón, los tabúes nos arrastran, sentimos que no tenemos el derecho de merecimiento, que cuestionar nos hace sentir que traicionamos la lealtad familiar, que ser o hacer diferente necesariamente nos excluye del resto. Cada uno tiene su propia escala de valores aún perteneciendo a la misma familia, cada uno percibe la situación de diferente manera y la vive así, cada uno deberá entonces resolver el desenlace de su propia historia, actuar en consecuencia y generar empatía empezando por el círculo más cercano que tenemos que es la propia familia, pero desde la conciencia y con argumentos propios.
Replantear y cuestionar las creencias familiares hacia lo positivo eleva nuestro valor y nos impulsa hacia nuestro propio presente consciente y congruente. Al dejar de hacerlo así, perpetuamos pensamientos limitantes, vivimos guardando apariencias en lugar de reconocerlo y abordar la realidad como fue, como es y como viene... Entonces, claramente somos nosotros nuestro más grande impedimento.
©Mónica Cué
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