Ver envejecer a nuestros padres, supone cambios bruscos.
Por Mónica Cué
Independientemente de la ola de emociones, dedicación y responsabilidad que representa. Ver la vejez desde la trinchera, nos invita a la reflexión, a la introspección, nos enfrenta a nosotros mismos, nos orilla a redefinirnos y a cuestionarnos ¿cómo queremos ser y estar cuando lleguemos ahí? De nuestros padres aprendemos, que lo que nos gusta podemos imitarlo y lo que no nos gusta, tenemos desde la conciencia, opción de cambiarlo y tratar de mejorarlo.
Entendamos que nuestros padres, hicieron de nosotros lo mejor que pudieron con las herramientas que tuvieron en su momento y la situación del tiempo que les tocó, así que agradezcamos lo recibido, atesoremos lo aprendido y sigamos adelante desde una perspectiva más madura haciéndonos cargo de nosotros mismos como adultos que somos.
Pero, por lo mismo, me pregunto... ¿Qué se siente envejecer?, ¿cómo quiero envejecer?. No hay una edad que nos marque un antes y un después en el envejecimiento, llegará sin darnos cuenta. Por eso, pretendo que el paso del tiempo me trate bien, literalmente, elijo envejecer bonito, disfrutar mi paso por la vida y hacer lo mejor de los años que siguen. Los cambios físicos no lo son todo, agradezco lo que este cuerpo me ha dado, trato de conservarlo, cuidarlo, enriquecerlo, amarlo y prolongar el que funcione bien.
Escribo esto porque creo que tenemos el poder de hacer muchas cosas para aceptarnos, mejorar y ser más felices; sentirnos y vernos bien a cualquier edad, reflejar lo que llevamos por dentro y encontrar un centro, esa armonía del bienestar físico, mental y como ser humano.
Estoy convencida que el bienestar y la felicidad, se ven reflejados en este equilibrio y también dependen de la calidad de mis pensamientos, de mis acciones. Ser una buena persona, convertirme en mi mejor versión, en mi mejor compañía es por crecimiento y bienestar personal; no para demostrárselo a nadie.
Estoy consciente de que todo lo que haga hoy va a repercutir en mi futuro y que yo soy la única responsable de acomodarlo todo... De producir mi propia felicidad.
“Pero... ¡Nadie nos preparó para la vejéz de nuestros padres! significa una gran pérdida ver desvanecerse la imagen de los papás que conocimos, que nos guiaron, nos ayudaron a formarnos y en gran parte a ser las personas que hoy somos".
Por eso es tan difícil verlos cambiar y envejecer. Duele, duele porque ¡necesitamos a nuestros papás siempre! Es terrible ese miedo a la orfandad sin importar la edad que uno tenga y creo que por eso es tan duro, porque nuestro niño interior añora volver a vivir lo familiar, lo que nos ha dejado huella, lo que siempre acostumbramos, lo conocido y admirado que aunque hoy sigue estando ahí, lo está de una forma muy diferente. Los papeles se invierten. ¿En qué momento pasó?
Causa desesperación y angustia por querer cambiar las cosas; por regresar el tiempo y que todo esto volviera a ser como siempre había sido. Da tristeza y enojo, pero ese enojo se refleja desde el miedo, desde la preocupación, porque nunca estaremos listos para dejarlos ir.
Cuando los padres se van, se va con ellos una parte importante de nosotros también, parte la historia de su vida, de los recuerdos que solo ellos guardan, pero también parte de nuestra historia, recuerdos nuestros pero que nosotros no tenemos por- que fueron ellos quienes los vivieron de cerca; recuerdos como de cuando éramos bebés, cuando caminamos por primera vez, cosas que forman parte de nuestra vida pero que en realidad son ellos quienes las guardan en sus memorias; se va también toda esa historia familiar y anécdotas que nunca les preguntamos. Se va un tramo del camino que recorrimos, los testigos en primera fila de esa parte de nuestro mundo.
Cuando nuestros padres se hacen mayores, es cuando llega su hora de cosechar. Es momento de demostrarles que aprendimos las lecciones que ellos nos enseñaron ¿Y qué mejor forma de hacerlo que entrañarlos? es decir, que vivan dentro de nosotros para siempre y que seamos de cierta manera su espejo.
Además de los rasgos físicos, los patrones de personalidad, los gestos, las palabras y frases utilizadas por nuestros padres se hacen presentes en nosotros y cada vez más presentes con el paso de los años. Esa también es una forma de entrañarlos. Honrarlos y abrazar lo que son y lo que nos inculcaron; para entonces, darles la satisfacción del deber cumplido.
Cuidar a nuestros padres cuando se hacen mayores, no es tarea fácil, implica mucho compromiso, tiempo y responsabilidad porque finalmente son adultos formados, con voluntad, con criterio, con sus cosas, con su propio estilo, su propia personalidad y toda una vida de experiencias, manías, necesidades y costumbres que evidentemente hay que respetar y aprender a convivir con todo ello.
Es una responsabilidad muy grande la que se asume con el rol de cuidar a nuestros padres, porque para esto tampoco nos prepararon, ¿tomar decisiones, asumir responsabilidades y obligaciones sobre los padres?, ¿quién nos lo hubiera planteado así?
Pero... ¿Cómo apoyar sin imponer? si de lo que se trata es de resolver, de hacerles la vida más fácil, segura y llevadera, de cuidar y respetar sus deseos, su individualidad y figura; pero también quitarles preocupaciones y obligaciones para que puedan tener la tranquilidad que les hace falta en esta etapa.
Todos quisieramos simplemente disfrutarlos como cuando éramos niños sin responsabilidades. Sería fácil deslindarse, aventar esa responsabilidad, voltearse para otro lado y evitar el dolor, la preocupación y no vivir los olvidos, la falta de filtro al decir las cosas, la demanda de tiempo y atención, los achaques, las llamadas a deshoras, los comentarios desatinados, la falta de empatía, las emergencias, las historias repetidas, o el atender infinito de las necesidades diarias, en fin... llevar su vida entera... Es ahí donde hay que echar mano de nuestros principios y valores, de la paciencia y la mesura; pero sobre todo del amor y la buena actitud.
Regresar un poquito de todo lo que recibimos por parte de los padres también genera orgullo. Así, desde el agradecimiento y sin remordimientos, fortalecer con ejemplo y amor, el puente por donde algún día vamos a pasar nosotros también.
Es difícil siempre estar, pero veamos como un privilegio poder ver por ellos, porque significa que están todavía con nosotros y eso es un tesoro.
¡Aquí estoy yo!
Cito en este texto parte del libro de mi autoría “Elijo envejecer bonito”
©Mónica Cué
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