Por Mónica Cué
El papel de esposa-madre que nos adjudicamos, tiene todo que ver con un contexto, exigencias, etiquetas y lo esperado de la sociedad latina en la que culturalmente vivimos ¿Porqué pensamos que cuidar un matrimonio significa convertirnos en la esposa-madre de nuestros esposos? ¿Por qué caemos en querer educar a nuestro modo al adulto que un día fue un niño responsabilidad de su mamá? ¡No nos equivoquemos! Cada uno tiene un bagaje, trae una mochila llena de vivencias, experiencias, formas y enseñanzas particulares. Lo que “deberíamos” intentar es convivir de la mejor manera, en lugar de asumir un rol que no nos corresponde y querer cambiar o moldear a nuestro modo lo que de alguna manera ya es y así lo aceptamos.
¿Por qué queremos resolver y pensamos que eso es el deber ser de una buena esposa que quiere y cuida? Está bien ayudar, procurar y consentir, está bien hacer equipo y repartir tareas, pero hay una línea muy delgada entre el apoyar, apapachar, procurar o asumir responsabilidad como si nuestro esposo fuera un hijo más. Le recordamos lo que creemos se le olvidará, le damos instrucciones de qué hacer, le damos la medicina, le hacemos y resolvemos las cosas en lugar de fluir cada uno en su papel. La obligación de hacer, resolver y rescatar no está escrita en ningún lado, todos son y deberían ser acuerdos mutuos. Asumir este papel de esposa-madre, trae consecuencias porque nos desdibujamos como mujeres y esposas, cuando claramente no somos ni queremos ser su mamá, entramos en bucle y caemos inconscientemente y sin darnos cuenta.
¡No señoras! No se trata de educar al hijo ajeno, no se trata de reñir por hacer o no las cosas de diferente manera a como las hubiéramos resuelto nosotras. Cuesta, claro que cuesta porque no me dejarán mentir cuando digo que no nos salvamos ninguna de haber caído ahí en algún momento, pero para ellos tampoco está divertido tener una esposa-madre; quieren una esposa y tienen una madre ¿En qué momento sucede? El tema es reivindicarnos, hacerlo consciente cuando caemos en cuenta, crear acuerdos y salir de ello. Nos confundimos y creemos que hay más amor si lo hacemos y lo demostramos así y es lógico que no vamos a procurar o preocuparnos por quien no significa nada para nosotras, pero hay un límite y se trata de procurar la relación desde la persona y no por las acciones como estas que se realizan simplemente para hacer un punto y demostrarlo (tampoco, se la vuelen y se vayan al extremo de ignorarlo y entonces que cada uno se rasque con sus uñas, cada uno para su lado), hay un punto medio, pero sobre todo hay formas y la forma no es imponer.
Se trata de remar juntos y en la misma dirección. Entiendo que la forma de actuar, la mentalidad y el tiempo para los hombres y las mujeres es diferente, que muchas veces desespera ver que sabiendo que tienen la capacidad ¡no lo hacen! Es mucho más fácil, más rápido actuar y hacerlo uno, en lugar de quedarse esperando a que suceda, porque probablemente no va a suceder cómo y cuándo esperamos. Ahora, cuando actuamos así y le quitamos el beneficio de la duda por hacer; cuando empezamos a pensar que somos obligadamente recatadoras y que sin nosotros no la libran en la vida, es cuando el ego y el apego se asoman.
Como vemos llegar ese apego, hay que pensar en aminorar, o por lo menos hacer conciencia. Las teorías del apego son muchas de acuerdo a las diferentes corrientes, pero yo lo veo un poco menos radical. No se trata de no apegarse a nada ni a nadie; somos seres sociales, vivimos en una sociedad cálida y nos gusta el cariño, nos gusta sentirnos queridos, protegidos y que nos procuren, pero también hay magnitudes de apego, una cosa es no apegarse a nada ni a nadie porque sabemos que nada trajimos y nada nos vamos a llevar; el otro extremos es caer en el control, el chantaje, la manipulación y el drama absoluto que raya en la codependencia y otro que es al que yo apuesto, que es un punto intermedio donde la vida se mueve y las elecciones son por el día de hoy, que se vale querer, pero procurar sabiendo que todo puede acabar en un momento, se vale dar y esperar del otro, pero también guardar y respetar sin dependencia la individualidad. Y la individualidad empieza con aceptar que la otra parte tiene capacidad de ser y hacer. Que tiene vida, amigos, gustos y trabajo además de nosotros, pero también, encontrar la propia individualidad porque nuestra vida no la valida el rol que desempeñamos, ni depende de alguien más ¡Nadie tiene ese poder!
En toda relación hay cierta incertidumbre y creo que eso está bien para no dar las cosas por hecho, pero mientras haya confianza, respeto y se tengan acuerdos, mientras en el tiempo que se dedica a estar juntos se tome en cuenta al otro y se cuide… ni los amigos, ni el trabajo, ni la suegra tendrían que ser una competencia, así que bajenle a la intensidad que ¡no son competencias! Cada uno tiene su tiempo, cada uno en su lugar y ninguno es más ni mejor porque no son comparables.
Por favor… Hagamos el ejercicio y reflexionemos si estamos cayendo o ya desempeñamos el papel de esposa-madre, seamos conscientes y si estamos ahí, no es tarde para recalcular el camino. Piénsenlo, es muy fácil caer en ello. Ahora... si se conjuga lo anterior con una persona controladora como yo, se puede producir la tormenta perfecta. Hoy, entiendo que hay muchas cosas que no puedo controlar; que no puedo controlar la vida ajena, que no puedo controlar lo que los demás piensan o cómo actúan, que no puedo controlar muchas veces los planes, que no puedo controlar las circunstancias o la salud y que se me van a salir de las manos muchas cosas, pero si que puedo controlar mi actitud, la forma, el dónde, cómo y con quién quiero estar, puedo controlar cómo me cuido, mis palabras, lo que me como, cómo vivo, lo que decido, a lo que me dedico y la manera de resolver lo mío. Controlo y elijo lo que de mí depende, pero ahora sin tanta rigidez. Hoy, he aprendido a controlar dentro de la flexibilidad y lo que sé que puedo para elegir vivir mi vida como lo creo correcto, elijo acomodar todo lo mejor posible para fluir y encontrar mi bienestar sin dejar de procurar el de los demás, pero con más espacio, con más libertad y acomodando, moldeando o aceptando lo que se me presenta y que muchas veces no puedo ni me corresponde a mi cambiar.
Lo que depende de los demás, está completamente fuera de mi control, pero sobre todo fuera de mi responsabilidad. Entiendo que puedo querer que las cosas sean de cierta manera pero al final del día, hay cosas ajenas que simplemente van a pasar y solo me queda aceptar y redirigir.
Me reafirmo en que quiero estar presente en “mi vida” con todos los sentidos y sin desgaste. Ahí está el inicio de la intensidad, el equilibrio y la madurez.
La clave de esta última idea está en “mi vida”. Vivamos, aceptemos, agradezcamos, dejemos ser y vivir a los demás; cada uno es responsable de hacer lo mejor con su persona, de construir, resolver y elegir sobre su vida sin dejar de tener en cuenta que la tirada al final es vivir en armonía compartida como pareja, como familia y como sociedad.
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