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Foto del escritorMónica Cué

FESTIVAL DE LAS MADRES.

CON EL CORAZÓN LLENO, PERO HECHO PASITA.

Por Mónica Cué.

Cuando los hijos son pequeños y durante los años de preescolar, las madres nos quejamos de tanto festival que se convierte en una tortura cuando no sólo hay que ir al evento, sino conseguir el disfraz, apegarse a la logística, la convivencia, la intensidad de las otras mamás, el niño que se queja del ensayo al rayo del sol, el disfráz que pica, el regaño de la maestra que parece estar organizando la ceremonia más importante de su vida… Hay que soplarse cuarenta y dos bailes antes de ver el único que te interesa que es el de tu hijo y que además de que dura minuto y medio, le dió pena o se paralizó por estar buscándote entre la gente. 


Los primeros años resulta hermoso asistir, vas con toda la ilusión de escuchar a tu niño cantar, estás con las emociones a flor de piel, se te llena el corazón cuando los gestos de cariño que te muestran son genuinos y se esfuerzan por hacerlo bien para tí aunque no les guste bailar o cantar, está increíble cuando recibes un regalito hecho con sus deditos y una cartita adorable con faltas de ortografía. El caso es que conforme van pasando los años, las maestras se emocionan y perdemos el concepto de mantener esa ilusión exclusiva, porque se encargan de volverlo una verdadera tortura con tanta intensidad. El evento de principio del año, el bazar, el día de los abuelos, la posada, el festival de Navidad, pero el de la primavera, la kermés, la búsqueda de los huevitos de Pascua, el recital de poesía, el día del niño, la convivencia deportiva, y luego el día de las madres, los maestros, el padre, pero no conformes… Hay que cerrar el año con una despedida a la altura. Es que en esos años uno se vuelve parte del mobiliario de la escuela porque es una exigencia brutal que llega un momento que ni los niños, ni los maestros, ni los papás lo disfrutan. Entiendo que hay que convivir y participar, pero… ¡Un poco demasiado! ¿No les parece?


Lo cierto es que uno se termina por tragar todas sus palabras porque el día de la nostalgia real llega cuando nos alcanza el día del último desayuno del día de las madres en la escuela. No importa si el niño es semejante grandulón adulto a punto de entrar a la universidad. Uno en ese cuerpo de grande, le pone la carita del niño adorable cantando a su mamá y la verdad es que se queda un nudo en la garganta sólo de pensar que ese tiempo no regresa, que aunque cada etapa de los hijos está increíble y se disfruta diferente, invade la nostalgia de pensar en aquel pequeñito que moría de amor por su mamá, que se le iluminaban los ojitos cuando te veía entre tantas mamás y borraba a todas las demás porque solo había una importante que eras tú. 


Que tiempos aquellos cuando los abrazos llegaban solos, cuando repartían besos sin pedirlos, cuando las palabras lindas fluían y la inocencia estaba a tope. Cuánta nostalgia invade mirar alrededor, voltear para atrás, saber que perdimos la exclusividad y que nunca más te convocarán para dicha celebración de la cual probablemente todas renegamos alguna vez.


Dicen por ahí que nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido, pero sucede y también es verdad que ver crecer a los hijos confronta. Resulta que hay que disfrutarlos, hay que acompañarlos, hay que guiarlos, hay que dejarlos decidir, ser y crecer, pero también hay que aprender a soltarlos cuando les hemos invertido tanto. Tanto amor, tanto tiempo, tanto esfuerzo, tanta dedicación, y tanto... tanto que ahora tenemos que soltar sin titubear como si eso resultara natural y fácil. 


Lo único que es fácil es decirlo, porque necesito que me expliquen ¿Cómo se hace eso? Entiendo la teoría, entiendo el principio y que claramente así son las reglas, entiendo que tienen una vida propia e independiente por la cual decidir y vivir ¡Por supuesto que me alegro por ellos y me siento orgullosa! Tienen herramientas, son maduros, buenas personas, responsables y absolutamente capaces de alcanzar todo el éxito, pero para mí resulta devastador verlos desprenderse y tener que hacerme a un lado. 


En fin… Habrá que empezar a fingir el -así es y yo estoy bien. No queda más que mantenerse como espectador y compañía; no queda más que servir de puente, escalón y ancla. Espero que mis hijos me vean así, que sepan que donde yo esté, siempre tendrán un puerto seguro para llegar, ser, estar y regresar si lo necesitan. Estoy en construcción, estoy aprendiendo a soltar y sé que lo voy a lograr, pero no puedo evitar que me invada la nostalgia por asistir al último desayuno de las madres como madre de un grandulón al que le sigo poniendo la cara de aquel niño pequeño, pero ahora con mil planes, sueños y ambiciones que también está en proceso de construcción, pero absolutamente listo para brillar.


Me llena de orgullo y nostalgia, se me desbordan los sentimientos encontrados y sinceramente también estoy con un nudo en la garganta invadida de recuerdos. Si pudiera regresar el tiempo, tengo claro que no cambiaría nada, pero si que viviría más despacito y disfrutaría aún más esos momentos que pasaron muy rápido y que nunca regresan.


Aquí estoy firme.. ¡Con el corazón lleno, pero también hecho pasita!


Registro de Propiedad Intelectual ©Mónica Cué


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