Por Mónica Cué
Empiezo por decir que los hombres y las mujeres no somos iguales. Podemos, debemos tener obligaciones y derechos en igualdad; pero en fondo y forma no somos iguales.
Tenemos diferente forma de conducirnos, de abordar las cosas, de pensar, diferentes perspectivas, diferente energía, diferente visión y distinto modo de operar. Tenemos diferente mecanismo de pensamiento y también diferente manera de comunicarnos.
De entrada tenemos distinta estructura, distintas capacidades tanto corporales como de procesamiento y razonamiento, tenemos distinta química cerebral y distinto funcionamiento en todos los sentidos.
Entonces... No somos iguales, cada uno tiene su lugar, cada uno tiene sus mecanismos, sus fortalezas y sus debilidades en horizontal y en igualdad de importancia.
¡Pero no tenemos por qué competir! Ninguno es más o mejor que el otro.
Lo anterior, es independiente de la equidad que se persigue en cuanto a derechos, obligaciones, libertad, independencia física, emocional y económica, así como de experiencias, oportunidades y lógicamente de empatía, pero por sobre todas las cosas de respeto mutuo y seguridad.
No nos equivoquemos, se busca equidad en donde claramente aún no la hay; no es una cuestión de machismo, feminismo, o del género que tengamos. Es cuestión de educación, empatía y respeto como individuos sin importar el género. No tendría que ser una lucha de poder, todos tenemos un lugar sin importar a qué grupo pertenecemos.
Dentro de la aceptación y la elección de cada quien, lo que debe importar no es pretender ser iguales, es pretender estar en igualdad en cuanto a las condiciones de vida.
Ahora, desde nuestro punto de vista femenino y en la realidad que vivimos. Son muchos los roles que asumimos como mujeres y ahí sí que estamos en desventaja. Es demasiada la presión social, y muchas exigencias; el acarreo de años de historia, pensamientos heredados, etiquetas, roles preestablecidos y tradiciones acerca del papel que desempeñan las mujeres dentro de la sociedad. Destaca la falta de empatía y oportunidades, pero todo esto se promueve empezando por las propias mujeres aceptando, permitiendo y perpetuando esas ideas, ¿Cómo pretender que cambie la perspectiva de los hombres? Si nosotras lo fomentamos sin poner límites y acatar un rol a ojos cerrados, lo fomentamos con el no impulsarnos entre nosotras, con los juicios, envidias, celos o habladurías de mujer a mujer ¡Hagamos comunidad! No somos rivales, somos equipo y el equipo no debería ser polarizado entre hombres o mujeres; debería ser en comunidad a la cual todos pertenecemos, todos sumamos y aportamos valor.
Hasta el día de hoy, aunque empieza a cambiar un poco, sigue siendo mal visto o nos invadimos con sentimientos de culpa y remordimiento cuando se es una mujer que trabaja de tiempo completo, cuando se delega sobre los hijos, la casa o los padres para salir a trabajar ¿Por qué los hombres no sienten remordimiento por ello, por qué sin problema de culpa viajan de trabajo, se ausentan para comer, para participar de la vida familiar, de hacer tareas de la casa o con los hijos por cumplir con una jornada laboral larga, asumiendo que sigue siendo la mujer quien se encarga de todo lo demás ¿La mujer entonces se encarga de lo importante y de lo no tanto? ¡El peso es muy grande, las expectativas inmensas!
Las mujeres hoy sentimos la necesidad de trabajar para realizarnos personal y profesionalmente, pero la sociedad nos pone en la línea para hacerlo como si no tuviéramos hijos y también tenemos la necesidad de cumplir con el rol de madres a la perfección como si no trabajáramos (y encima… con un sueldo menor) ¿Para dónde volteamos?, ¿por qué cuando un hombre es exitoso y ocupado en su trabajo no se le pregunta lo que opina su mujer o sus hijos de que trabaje tanto? Tampoco ¿Cómo hace con la casa y las responsabilidades familiares? ¿por qué tendría que ser diferente? Entiendo que la mamá es la mamá, que desempeña un papel primordial en la crianza y aunque los hijos se tienen entre dos, el vínculo materno es generalmente en extremo fuerte y determinante, pero en el mundo en el que hoy vivimos, como parte de la sociedad que hoy gira a pasos agigantados, con las exigencias, el cómo se mueve el mundo y la lucha de poder por las dos partes, esto sigue siendo desequilibrado.
Enseñemos eso a nuestros hijos, enseñemos que el respeto es primordial, y que si su plan es encontrar una pareja, la busquen desde el amor y no como un sostén o un proyecto de vida único. Que cada uno tiene su lugar y que cada uno tiene derecho a desarrollarse desde lo individual, lo profesional y lo económico para que entonces como pareja puedan tener acuerdos y asumir derechos, obligaciones y responsabilidades, pero compartidos; que si van a decidir estar juntos, que sea por elección mutua y no por dependencia; si van a decidir tener hijos, que sea con una paternidad compartida, en armonía y con apoyo desde el respeto mutuo, aceptación y con acuerdos establecidos. Cada uno tiene su lugar y también un lugar común que se disfruta.
Si realmente queremos un cambio y equidad, tenemos que evolucionar como sociedad y ajustar la mentalidad para dejar de lado los juicios y poder tener realmente una paternidad compartida sin remordimientos. Ninguna somos mamás perfectas, hijas, parejas o profesionistas perfectas, así que quitémonos presión y hagamos las cosas sin sentir culpa ni remordimiento, sin agobios, sin presión social o sin angustia personal. Simplemente presentes, con tiempo de calidad, y con lo mejor que podemos hacer bajo la circunstancia que tenemos, pero contentas y disfrutando el rol que estemos desempeñando en cada momento, con un plan, pero en presente. Dejemos de guiarnos por estándares sociales, sin tratar de pertenecer o ser como nos lo marcan los demás o como funcionan las demás familias; hagamos acuerdos y las cosas a modo que a nosotros como personas, como parejas o como familia nos funcione y de nuestra forma particular sin pretensiones ni culpas.
Las mujeres tendemos a minimizarnos, nos mantenemos en la sombra muchas veces solas y también solas nos saboteamos, nos metemos el pie y nos hacemos chiquitas. Sería espectacular si siguiéramos en la línea de apoyarnos, alegrarnos por los triunfos, los logros, el físico, la fortuna y el bienestar de otras mujeres. Seamos nuestra mejor porra, construyamos una gran red de apoyo entre nosotras en la cual demos cabida también a los hombres que nos apoyan, que nos acompañan y nos impulsan.
Sí, hay extremos y se que son una realidad las diferencias y los abusos contra la mujer, pero no podemos generalizar y caer en encasillar todo ahí. Queremos ser reconocidas y recibir halagos, pero entonces no me lo digas tanto porque me siento acosada; queremos que nos vean bonitas, pero no me voltees a ver porque me siento agredida; queremos amor, pero no me lo demuestres tanto porque yo conmigo tengo; queremos apoyo, pero que quede claro que soy independiente ¡No es así, no es la estrategia! Entiendo que hay extremos, que pasa y que hay todo tipo de personas como siempre las ha habido, está bien no dejarse, abrirlo y decirlo, pero no generalicemos.
Pongamos los pies en el piso y guardemos las uñas, hablemos, pongamos límites y démonos nuestro lugar por supuesto, pero no todo es malo y no todo mundo nos quiere atacar o acosar. Aprendamos a detectar la diferencia, apelemos al sentido común y al juicio con objetividad y dentro de una realidad, que también hay hombres con buenas intenciones.
Hoy, más que nunca necesitamos hombres sensibles, respetuosos, empáticos, seguros y solidarios, hombres que no los merme vestirse de rosa y que estén dispuestos a entrarle a las tareas compartidas y hacer equipo. No son competencias, insisto, los hombres y las mujeres no somos iguales y por lo mismo lo que debemos buscar son alianzas, necesitarnos apoyarnos, complementarnos, respetarnos e impulsarnos entre todos. Y no es que queramos volver a callar, aventar la toalla o deslindarnos de actuar; simplemente tomar lo mejor de los mundos, encontrar empatía y acuerdos desde el respeto mutuo.
Aceptemos que como mujeres, generalmente pasamos la vida pendientes del bienestar de todos, pero también queremos sentirnos que hay alguien que está pendiente de nosotras, queremos sentirnos tan cuidadas como nosotros cuidamos del resto, queremos ser tomadas en cuenta y no precisamente porque seamos débiles o vulnerables, pero queremos sentir la empatía de quienes nos importan y no tenernos que partir en mil pedazos sólo porque se dicta que es nuestra responsabilidad. Ahí es donde entra la lucha y la rebeldía, pero también la aceptación de que aunque nosotros seamos suficientes, está fenomenal sentirnos apoyadas, sentir que tenemos en quien recargarnos, quien nos sostiene si tambaleamos y quien nos orienta si nos perdemos; de la misma manera que lo hacemos nosotras por los demás. Entendamos entonces que no es una lucha, es más bien una alianza y una unión de fortalezas.
Agradecemos ser escuchadas, tomadas en cuenta y respaldadas, pero también entonces aceptamos compartir responsabilidades, empezar a modificar y adecuar las reglas del juego para vivir todos en paz, respeto y armonía.
No, hoy las niñas “bien” calladitas no se ven más bonitas, hoy las señoritas decentes estudian, se preparan y tienen ambiciones, las princesas no son perfectas ni se sabotean a sí mismas, pero tampoco esperan ser rescatadas; así que empecemos silenciar el sufrimiento, las exigencias propias o ajenas y pongamos en altavoz el reprogramarnos, alimentar nuestra mente, aceptarnos, querernos como somos, con nuestra edad, con nuestro cuerpo, con nuestras capacidades, crecer y avanzar con nuestros acuerdos. Es agotador tratar de hacerlo todo, de agradar a todo el mundo, de llenar las expectativas sociales, de seguir los estándares prefabricados, de ser presentes, pero independientes. Dejemos de luchar, enfoquémonos en lo que podemos mejorar y empecemos a convertirnos en nuestra mejor versión primero desde lo individual ¿Qué ofreces?, ¿qué exiges?, ¿qué esperas? Y ¿Qué renuncias implica para cada uno?, ¿qué priorizas, cómo te organizas, qué delegas, qué asumes y qué permite el sistema cultural en que vivimos?
El mundo no lo vamos a cambiar en un día, ni con crítica, ni analizando el debería ser, ni en rebeldía, peleando, ni yendo contra la corriente; el mundo va a empezar a cambiar cuando el respeto no se imponga, sino que simplemente exista naturalmente por convicción personal, empezará a cambiar cuando cada uno desde su trinchera haga lo mejor de sí mismo, cuando nos convirtamos en nuestra mejor versión desde lo individual, en nuestro micro entorno y hacia afuera. Cuando nos enfoquemos en hacer lo mejor que podemos no sólo por nuestra persona sino también por nuestro entorno inmediato, por lo que nos corresponde desde la conciencia y preocuparnos por nosotros, por los nuestros y por nuestro medio ambiente, entonces empezará a suceder el verdadero cambio.
Poco a poquito, hagamos cambios chiquitos para construir un futuro generando con ellos algunos grandes cambios. Pongamos sobre la mesa una mejor conversación con mujeres enriquecidas, satisfechas, completas y sin juicios ni culpas, pero también hagamos equipo con hombres seguros, empáticos y que se alegran por el triunfo y crecimiento personal de las mujeres que tienen junto.
No es una lucha de género, de machismo o feminismo, de manera de pensar, preferencias o costumbres. Se trata simplemente de apoyarnos, de ser educados, respetuosos y amorosos los unos con los otros de igual manera, de enriquecernos mutuamente, pero sin trasfondo y sin etiquetas. Cuando entendamos así el respeto, entonces y sólo entonces podemos hablar de equidad y podremos quitarnos el peso del remordimiento o la culpa. Se asumirán responsabilidades, compartirán derechos y se podrán unir fortalezas para llevar las obligaciones de manera conjunta.
Busquemos fomentar una red de valor, dejemos de lado la competencia, la comparación, las etiquetas, la culpa, el remordimiento, los juicios, los roles heredados y los paradigmas sociales para entonces enfocar la energía en formar alianzas enriquecedoras que fomenten el respeto, la empatía y nos hagan crecer como personas, como profesionales, como parejas, como madres, como familia y como sociedad fortalecida.
Registro de Propiedad Intelectual ©Mónica Cué
QUE TEMA TAN ACTUAL, FELICIDADES