Por Mónica Cué
La palabra felicidad al igual que la palabra amor, se utilizan muy a la ligera, en automático y sin pensar, sin realmente sentirlo o sin medir lo profundo de lo que verdaderamente significa.
Tendemos a seguir patrones, hábitos o creencias de lo que se debe aspirar o lo que creemos que milagrosamente va a llegarnos en forma de felicidad sin cuestionarnos o establecer prioridades, sin definir nuestro propio parámetro y sin adoptar hábitos, actuar o formarnos un propio marco de creencias, nuestro objetivo o nuestro personal parámetro de felicidad.
Tenemos las expectativas puestas ahí, esperamos demasiado de ella. Y es que no se trata simplemente de tomar la felicidad como un fin último, como único motor y meta a conseguir.
Desde mi perspectiva… No se trata de tener como meta principal en la vida ser feliz. La felicidad es relativa y depende de muchos factores.
El que dice que es feliz… ¿Es feliz bajo qué circunstancias? Según él ¿Cuándo es feliz? Porque claramente nadie puede ser feliz todo el tiempo, entonces, ante la pregunta ¿Qué esperas para tu vida? Si tu respuesta inmediata es “ser feliz” yo te diría que lo re pienses, veo muy lejano tu objetivo y sobrevalorada la felicidad ¿Qué es en realidad la felicidad? ¿Quién es el dueño de la regla que la mide? Es evidente que para cada quien es diferente y que todos tenemos nuestros propios parámetros, pero entonces ¿Cuál es la definición universal? Según la RAE, se define como un estado de ánimo que representa satisfacción y bienaventuranza.
Entonces, contestando a la pregunta de lo que quiero para mi vida; yo más bien, elegiría como respuesta “vivir en paz”. Vivir en paz significa estar bien contigo mismo, estar contento y cómodo en tus zapatos a pesar de cualquier circunstancia, vivir tranquilo con tu entorno, sin luchas internas o con los demás que sólo te quitan la tranquilidad de estar. Apaciguar la guerra te invita a aceptar quien eres y cómo eres sin confrontaciones, pero también a vivir sereno con los cambios y movimientos que tengamos que afrontar desde la realidad y sin utopías. Vivir en paz representa enfrentarse a la vida consciente y tranquilamente en aceptación, aceptar con rumbo e intención, pero también ver la opción de virar si es necesario. Por eso, yo no deseo vivir eternamente feliz, deseo vivir en paz los días que me falten. Objetivamente veo que tengo días en los que me siento genuinamente feliz, pero no seré feliz en permanencia, porque la felicidad se mueve y sería falso pensar que así será siempre o que la sonrisa se quedará pintada con tinta indeleble, siendo objetiva y viviendo intensamente el presente, también sé que hay días tristes, días de estrés, días en que me siento confundida, frustrada o enojada, pero también días de gozo y alegría.
Si cambio el objetivo a estar en paz en lugar de tirarle a la felicidad eterna, podré disfrutar de la vida más realista y menos idealista, más presente, más contenta y con más armonía. Podré fluir desde una perspectiva de serenidad y sabré que no es necesario tener una sonrisa con calzador, vivir en un optimismo falso o en pantalla permanente queriendo opacar los demás sentimientos por ser o aparentar ser feliz todo el tiempo.
Dejemos los espejismos, pongamos de lado los ideales o los parámetros trillados sin fondo. Demos pie a los sentimientos, detectemos las emociones y pongámosle el nombre que tienen, lidiemos con nuestra realidad desde la aceptación, hagamos las paces con nuestra mente y seamos congruentes con nuestro ser y nuestro actuar, sin caer en lo esperado o en cubrir apariencias. Las apariencias confunden y nos dejan parados muy lejos de la “felicidad” a la que se aspira. En realidad, son justamente las apariencias las que marcan la pauta de alguien más y nada más alejado de ser auténticos con nosotros mismos, nada más lejos de poder encontrarnos en paz.
¿Por qué caer en estereotipos? ¿Por qué querer lo que los demás quieren? ¿Por qué contestar en automático la respuesta del libro de superación? ¿Por qué esperar por la recompensa inmediata? Claro que la emoción que definimos como felicidad es muy agradable, pero también necesitamos a todas las demás emociones infravaloradas para entender la vida, para crecer y valorar.
Todos deberíamos replantearnos la interpretación que tenemos de la felicidad y aprender a vivir y disfrutar la vida aún con las cosas que evidentemente no nos la dan pero tenemos que vivir de igual forma, son estas cosas las que nos dan fortaleza, aprendizaje y aunque no precisamente felices, si que lo podemos transitar en paz. La enfermedad, lo inevitable, pagar las cuentas, la tristeza o los problemas cotidianos son parte de la vida y claramente no nos dan felicidad pero tampoco podemos hacer como que no pasan porque están ahí.
Firmemente pienso que los momentos felices hay que crearlos, hay que buscarlos y saber disfrutarlos al encontrarlos, porque los problemas y lo demás llega solo. Por eso, hay que tirarle más bien a vivir en paz.
En Serio los invito a reflexionar un poquito, a cuestionarse, a marcar su propia línea de felicidad y a buscar vivir serenamente. Los invito a reconciliarse consigo mismos, a descubrir la superación propia y a vivir realmente en paz empezando por la vida cotidiana… Comer en paz, dormir en paz, pensar en paz, sentir en paz, hablar en paz y tratar de vivir más despacito y disfrutarlo. La idea es hacerlo consciente y facilitarte la vida ¡cada paso te acerca más al resultado de vivir realmente en paz! Cambia el discurso.
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