Por Mónica Cué
Fuerte y claro ¡Yo no le tengo miedo a envejecer, le tengo miedo a la vieja que seré!
Es verdad que el miedo a envejecer es real, pero desde mi perspectiva lo planteo diferente… En la etapa de la vida en la que estoy, pienso que conforme pasa la vida se va poniendo mejor, la madurez, las experiencias, el trabajo personal, las prioridades y la claridad rinde frutos; sin embargo, creo que habrá una edad en la que todo se estanque un poco y por ley natural de vida será necesario hacer adecuaciones y tener ciertos apoyos externos que serán inevitables.
Por eso, creo firmemente en la importancia de ayudar y participar en mi bienestar desde hoy, hacer elecciones inteligentes para poder llegar un poquito mejor a esa etapa. Es evidente que contra la naturaleza no puedes luchar, que bajo los argumentos de alguien más “de algo nos vamos a enfermar y eventualmente morir” Esto, es de cierta forma una realidad, pero por qué dejarlo a la suerte y no prolongar o coadyuvar cuidándonos conscientemente en tres dimensiones y haciendo lo que haga falta para llegar mejor. Y en tres dimensiones me refiero a que estamos formados por mente, cuerpo y espíritu y así debemos separarlo, así debemos cuidar cada una.
Empecemos desde hoy a trabajar en tres dimensiones, acomodarnos para vivir serenamente, tener claridad, encontrarnos, conocernos profundamente y construir relaciones de valor, rendirá frutos en presente y por supuesto mirando hacia ese futuro incierto.
En lugar de ir ilusionados, vamos asustados. Con la edad vienen mil preguntas y pocas respuestas, cumplir años nos tambalea y al pensar en la vejez que tendremos, la sacudida llega más fuerte y las preguntas continúan inevitablemente. La clave es prepararnos para no caer; y digo metafóricamente caer por no decir derrumbarse, deprimirse, pensar que es el principio de la decadencia o que hemos llegado al tope y de ahí no queda más que ir en picada o deteriorarse.
Los achaques apremian, los dolores se dejan venir, el “es que yo antes” forma parte de nuestro lenguaje, los olvidos en el acelere de lo cotidiano y el mirar en retrospectiva es inevitable, pero para qué pasar lamentándose o mirando atrás si es un camino sin retorno; se trata de estar bien y mejor a partir de donde estamos y abrazar los regalos que nos trae la edad en lugar de estancarnos en las pérdidas o querer ser la persona que fuimos. Somos en presente, estamos siendo en gerundio y queremos vernos y sentirnos bien hoy. Veámoslo desde un mejor lugar.
La idea de envejecer no está socializada, pero es tan crudo e irremediable como suena. Entonces… Por supuesto que ¡Quiero envejecer! Así, abiertamente reconozco que quiero envejecer, y digo también que es irremediable porque el remedio, porque lo contrario sería morirse.
Por todo eso, es que repito… El miedo no es a envejecer, es a la vejez que tendré, a la vieja que seré y al querer encontrar respuesta a esas mil preguntas.
No estoy segura de cómo va a ser mi destino, el camino, ni lo que me voy a encontrar en él, pero sí que puedo elegir cómo andarlo y la ruta que tomo.
Tratar de entender la vejez, observar la realidad sobre la soledad que enfrentan muchos adultos mayores a nuestro alrededor me resulta aterrador, una soledad no deseada que se presenta simplemente así. Los invade el sentimiento de vacío y añoranza, los años se acumulan y se percatan que la vida que tenían no se parece a su presente, ellos hacían, deshacían, decidían, opinaban y resolvían independientemente; tenían una vida llena, llena de compromisos, de personas, responsabilidades y actividades, pero hoy, todo eso queda a la sombra. Ellos se sienten a la sombra.
Las cosas materiales que consiguieron con los años pasan a segundo plano. Con suerte, probablemente tengan techo, comida y cuidados, pero están faltos de muestras de cariño por parte de sus seres “queridos”, la familia y la red de amistades que formaron, aquellos quienes pensaron que los acompañaría siempre también empiezan a desvanecerse. Resulta que llegan a una etapa en la que probablemente se encuentran viudas o viudos y el simple hecho de ello, envuelve el ambiente de soledad y nostalgia; llega ese tiempo en que los amigos con los que han compartido la vida empiezan a morirse, los hijos tienen su vida y con suerte algunos se preocupan, pero poco se ocupan; los nietos poco los frecuentan, a veces los visitan, cada vez menos los participan y sin quererlo terminan por aislarse, por ser poco partícipes del entorno; y el quedarse vulnerables, va sumado a que probablemente necesiten cuidados o atenciones especiales que requieran supervisión para no caer en riesgos y abusos de cualquier tipo.
Con los años, ya no hay mil fiestas, ya no organizan almuerzos familiares, ya no preparan las quesadillas para merendar, no hay proyectos, ni remiendos; ahora, con suerte algunos cuentan con ese alguien que asume el papel de cuidar, cocinar, planear y remendar en su lugar. Ese alguien que prepara su pequeño ecosistema para que se convierta en un lugar seguro y cómodo, pero no deja de ser triste ver consumirse la figura de quienes han sido nuestros gigantes, nuestro ejemplo y nuestro cobijo.
Su tiempo ya no pasa lleno de compromisos y planes, los planes se resumen a poca actividad o añoranzas, y con suerte en llamar a los amigos o familiares que les quedan cerca. Los álbumes de fotografías se vuelven aliados, se aferran al recuerdo de la vida que han tenido, a memorias que les llenan el corazón; se alimentan de esos recuerdos, de esas historias construidas que guardan en la memoria y reviven con frecuencia pintandoles una sonrisa de momento, pero invadiéndoles de nostalgia lo que claramente no va a volver a pasar. Se aferran a los recuerdos de los tesoros que conservan en casa los cuales pueden ser insignificantes y no tener valor para los demás, pero para ellos son parte de su vida, de sus logros y de su historia.
Es muy triste ver la estadística de abandono y soledad que enfrentan los adultos mayores después de haber tenido la vida llena, después de haber fomentado relaciones de valor, pero que muchas veces no son valoradas de vuelta al paso de los años. Es lamentable y MUY triste darse cuenta de ello y recae sobre nosotros el papel como hijos de ver por nuestros padres, pero como padres, nos toca educar, fomentar lazos amorosos y enseñar a las siguientes generaciones que la familia se cuida hasta el final, que ser familia no es decir que llevamos la misma sangre; ser familia se demuestra con cariño e interés, ser familia significa procurarse, apoyarse y sostenerse, ver los unos por los otros sin importar la condición o la edad. El lazo es de amor, de lealtad y compromiso, la relación se cuida sin condiciones, sin conveniencias y sin traiciones.
Si. Es nuestro papel planear en la medida de lo posible nuestra vejez, entender que como padres debemos formar relaciones fuertes, seres humanos de calidad y construir el puente por el que algún día todos vamos a pasar. Fomentar amorosamente la relación con nuestros padres mayores enseña sin palabras también a los hijos, y así, desde el amor y agradecimiento devolver en vida un poco del cariño, tiempo y dedicación que algún día sin pedirlo a cambio, ellos empeñaron en nosotros.
Cuidar, procurar y amar a quien nos ha cuidado y amado sin condición, debería ser un placer y una forma de agradecer, honrar y celebrar su vida ¡Pero en vida! No cuando ya se fueron e invada el remordimiento, la culpa o el sentimiento de haber dejado pendientes en el tintero. Lágrimas de cocodrilo mostrarán quienes han abandonado a sus padres durante los años en que eran ellos quienes los necesitaban, pero esas lágrimas serán del remordimiento que les invadirá cuando llegue el día en que falten.
Entonces, actuemos de corazón hoy, aprendamos y veamos como hijos por las generaciones de arriba, dejemos de preocuparnos, mejor ocupémonos de los viejos que seremos como generación presente y formemos como padres con el ejemplo a la generación futura.
Registro de Propiedad Intelectual ©Mónica Cué
Muy cierto, además, es mejor envejecer que no hacerlo.