A veces, la propia vida nos recuerda lo vulnerables que somos.
A veces se nos olvida que la vida es corta y que puede terminar en cualquier momento; por eso, abracemos quienes somos, a quienes queremos, a quienes tenemos cerca y valoremos su presencia en nuestra vida. Las palabras dichas marcan, pero las que callamos nos acompañan por siempre.
"Digamos a quienes queremos, cuánto los queremos y hagámosles saber que son importantes para nosotros hoy; por que el tiempo… el tiempo no regresa"
Hay un día cuando frenamos y queremos mirar atrás que añoramos, que nos entra nostalgia por lo vivido y cierto arrepentimiento por no haber disfrutado más esos momentos que hoy quisiéramos congelar. Sentimos de pronto que la vida acelera y poco se detiene; pero, es simplemente una cuestión de percepción por que, el tiempo; el tiempo es el mismo que siempre, pero sentimos que pasa más rápido porque somos conscientes de su paso. Así que abraza muy fuerte lo que hoy tienes, lo que amas y a quien amas para que no lo pierdas; no te esperes a perderlo para entonces valorarlo y empezar a amarlo.
Y con esto no quiero decir que nunca va a llegar el sufrimiento o la tristeza de perder a un ser querido, aún habiéndolo atesorado; pero...
La tristeza y la frustración, también son parte de la felicidad; se entra en un proceso de duelo que como su nombre lo dice, duele, duele en el alma y con el tiempo no se va, se aprende a vivir con esa ausencia pero la herida no se cierra, solo hace costra que nos permite seguir. El tiempo de duelo no está preestablecido, cada persona vive su duelo en diferente forma y tiempo. Lo mismo sucede con la felicidad; estar felices no significa que tenemos que estar todo el tiempo alegres, sonriendo, en modo positivo, con todo acomodado y sin dificultades. Estos ratos de tristeza también influyen en nuestro aprendizaje, en la manera de ser, percibir y convivir. Así que demos el tiempo necesario para sanar, vivamos el proceso, tomemos de los momentos difíciles el aprendizaje y sigamos avanzando para estar contentos los días que tengamos delante.
Toda la vida se trata de pérdidas. Se pierde la inocencia de un niño, se pierde la juventud, se pierde o se transforma la belleza, se pierde dinero, se pierden amistades, se pierden capacidades, se pierde un trabajo, se pierden oportunidades… pero, ¿qué aprendimos de cada etapa? Se tienen que ir para aprender, valorar, construir y empezar nuevas cosas. Suena tarea fácil, pero en realidad llegar a eso, forma parte de un proceso, de invertirle tiempo, dedicación, reflexión e introspección.
Darnos cuenta de la vulnerabilidad en que vivimos, enterarnos de repente que todo se puede esfumar en un momento. Que de la misma manera nosotros hoy estamos pero que en realidad no sabemos por cuánto tiempo más; nos enfrenta con nosotros mismos y nos orilla a redefinirnos el cómo y hacia dónde vamos, con quién compartimos nuestra vida y a quienes invitamos a acompañarnos en este recorrido.
Ahora, también está bien sentirse vulnerable. Una persona “fuerte” puede ser fuerte de carácter y personalidad, pero a la vez; pudo volverse fuerte y mostrar una pantalla por vivencias o experiencias de vida que la han orillado a ser o comportarse así como un mecanismo de defensa. Intentar ser fuerte en todo momento también es falso y un signo de vulnerabilidad. Lo mismo que pasa con la felicidad, nadie puede ser fuerte todo el tiempo naturalmente.
"Los años, las experiencias y el autoconocimiento, no enseñan a encontrar un punto de equilibrio entre la fortaleza y la vulnerabilidad".
Estas dos, nos muestran que también está bien sentirse sensible y vulnerable algunas veces; abrirse esa coraza, dejar ir, soltarse, liberarse de esa presión constante y desahogarse que tanto ayuda a sentirse mejor; porque soltar no es sinónimo de perder, más bien es sinónimo de sanar y avanzar.
©Mónica Cué
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