Por Mónica Cué
Todos somos fragmentos de las personas importantes que están y han estado en nuestra vida. Somos parte de nuestro entorno inmediato, de quienes fomentamos, admiramos y marcan nuestro existir sin darnos cuenta.
Nuestros padres, y en especial nuestra madre, es nuestro primer vínculo de amor en la vida, y es un lazo especial indudable e indestructible. Habrá que entender que el amor, el ejemplo, el tiempo y la educación que hemos recibido de nuestros padres y de la misma manera transmitimos a nuestros hijos, es incondicional. Sin embargo, sería soberbio pensar que somos padres infalibles, que tenemos la fórmula perfecta y que lo haremos seguros y sin titubear ¡Claro que no! La realidad es que nadie sabemos cómo hacerle, el instructivo no viene incluido en la paternidad y hemos de fallar, hemos de dejar una huella positiva (eso espero), pero de igual forma lo haremos en sentido contrario y dejaremos alguna herida. Hacemos lo mejor que podemos y hay quien sale mejor librado, por lo general, la intención es buena y el amor de los padres infinito, pero independientemente de nuestras acciones, al igual que se heredan rasgos físicos, de personalidad y alegrías, el dolor también se hereda, las heridas trascienden generaciones de la misma forma que las enfermedades, igual que ciertas vivencias e historias familiares del pasado. Todo esto tiene raíces muy profundas y nos marcan desde antes de nacer sin llevar intención de dañarnos.
La historia del dolor de nuestros padres la entendemos en carne propia cuando asumimos que no pudieron dar, no podemos dar lo que no tenemos. Simplemente los padres damos y repartimos de lo que tenemos, lo que sabemos, lo que conocemos y de la mejor forma que podemos en el momento en que estamos. Y por supuesto que siempre nos gustaría replicar lo bueno que tuvimos, clonar el molde de nuestra infancia feliz y amorosa para repetirla con nuestros hijos, pero si no lo hacemos consciente y lo abrazamos desde ahí, caemos en el error superficial de tratar de compensar a nuestros hijos y repartir en exceso también todo lo que no tuvimos, porque tan nociva es la ausencia como el exceso desbordado.
Entonces, deseo que vayas al pasado y puedas volver en paz al presente sin dolor ni cargas que te alteren. Dejemos de echar culpas a nuestros padres de nuestras heridas, claramente ninguna ha sido provocada con intención; mejor, asumamos responsabilidad como adultos y resolvamos lo propio desde donde estamos, como estamos y con lo que hoy tenemos.
Resolverte a ti, conectar, conocerte y convivir desde la profundidad contigo es enriquecedor, el mayor aprendizaje que te da avanzar y hacerte responsable de tí mismo.
¿El primer paso? Entender quién eres y quiénes son los demás en el lugar que están, su entorno y su actuar con las herramientas que tienes para poder entonces reconstruirte. Reconciliarte con el pasado y quitar la carga emocional para seguir por otro camino, entender lo andado y mirarlo amorosamente… A partir de hoy yo soy mi presente, soy mi propia responsabilidad para seguir mi propia historia y convertirme en lo que me quiero convertir, en ser la persona que elijo ser y hacer de mí la mejor versión que puedo ser.
Por generaciones, las mujeres han sido educadas para cumplir con el deber ser. Y han sido, súper amas de casa, súper esposas, súper madres, súper abuelas, pero… ¿y ellas? Se olvidaron que desde lo individual, también tienen sueños y se han dedicado a ser para los demás, pero se dejaron de lado a ellas mismas, a sanar, a enriquecerse con sus gustos y pasiones, a desarrollarse personalmente, a cuidar de ellas mismas antes que desvivirse por los demás. No era lo esperado, no se trataba de ser expertas en verse a sí mismas sino en desvivirse por los demás y ha traído resultados de mujeres sacrificadas, pero muchas veces insatisfechas, frustradas y con ganas de ser y hacer distinto, con ganas de poner de lado la atención a los de fuera y ponerse atención por dentro.
A veces se deja de tener nombre propio para adjudicarse el título de madre, suegra, abuela… y lo que propongo no es renegar de ser todo lo anterior o que no sea importante serlo, es simplemente no perder la individualidad como mujer, cuestionarte, recuperar una vida propia independientemente del rol que desempeñes, crear un proyecto de vida y avanzar para crecer y llenarte de ti, pero también para disfrutar desde el amor a quienes tenemos cerca, a quienes son realmente importantes para nosotros dándoles y demostrandoles la importancia que tienen en nuestra vida, incluidas nosotras mismas.
Pensamos que las personas que queremos son eternas y no somos conscientes viviendo la vida acelerada que llevamos. Simplemente no nos hacemos el tiempo para hacerles saber que son importantes; y no me refiero a estar hablando y diciendo todo el tiempo un te amo, eso sería imposible, y lejano a la realidad. Son palabras, sí, pero también son pequeños detalles, muestras de cariño que pudieran parecer insignificantes, pero que significan mucho. Es un aquí estoy para tí, es un mensaje haciéndote presente, un te mando un abrazo, un cómo sigues cuando sabes que algo anda mal, es desear un buen día, estoy pendiente de tí, qué necesitas, qué tal salió lo que esperabas o cómo puedo ayudarte… Es simplemente demostrar interés. Se puede decir te quiero y me importas de mil formas, la que sea que te funcione está bien, pero ¡hazlo!
Dale importancia a lo realmente importante y si les pregunto ¿qué es lo verdaderamente importante para ustedes? Seguramente la mayoría de las respuestas serían: Mi familia, mis amigos, mis pasiones. Claro que habrá muchas más cosas importantes y justo ahí es a donde voy, que lo que está en segundo plano (probablemente la responsabilidad del día a día) nos consume la energía, nos llena el tiempo y nos aleja de eso que consideramos tan importante. Así la vida pasa.
De pronto un día te despiertas y algo te truena o te duele y sin darte cuenta piensas que dormiste chueco, te acercas a la cocina y de pronto no recuerdas a lo que fuiste. Y la cosa no termina ahí, un día como cualquier otro intentas leer una etiqueta y en lugar de letras, se ven puras hormigas imposibles de descifrar, cambiaste de talla de ropa, te encuentras buscando cremas y tratamientos para verte mejor, te ves al espejo y te encuentras cambiada, pero la cubetada de agua viene cuando llega el día en que te falta alguien querido, alguien que diste por hecho y quien pensaste que siempre estaría ahí, (porque siempre había estado), pero ese día llega, nos llega a todos y ahí vienen las ganas de frenar y detener un poquito la vida.
Imposible ¿no? Al final, te enteras que todo lo anterior es resultado natural del paso de los años, así de fuerte como resulte la realidad la tenemos enfrente y así hay que abordarla, entenderla y abrazarla de ese momento en adelante para vivir de ahí y a partir de ahí con nuestra nueva realidad aceptando todo eso. El paso del tiempo también viene cargado de aprendizajes, madurez, experiencias y recompensas, cosas que resultan muy positivas si se observa, si se trata de vivir despacito para apreciarlas y cosas que nos convierten en quien no se quiere cambiar por nadie a pesar de...
Entonces, frena hoy, no te pares, pero bajale a tu ritmo y buscate un ratito para demostrar a quienes amas lo importante de que formen parte de tu vida y eso te incluye a tí también, dedicate tiempo a tí, hablate bonito, quierete y abraza, abraza con el corazón a todo aquel que consideres valioso en tu vida.
Y ¿qué mejor día para empezar que hoy? Es día de las madres y es el momento perfecto para hacerlo. Llama a tu mamá y hazle saber que la amas, abrázala si puedes, ten un detalle lindo con ella, un gesto que la saque de su rutina y le pinte una sonrisa, un momento que la haga sentir importante para ti, no todo son regalos materiales, creeme cuando te digo que hacerte presente, tener un detalle amoroso y mostrar interés e importancia es mucho más valioso.
Y así como la vida sucede tan rápido, eres hija, eres madre, quieres atesorar a tu mamá para siempre, pero no se lo haces saber mientras la tienes contigo. Sucede que eres madre y de pronto también te encuentras diciendo y haciendo cosas de la misma manera que las diría o haría ella ¿Qué cosa no? Parece que así son las reglas y es justo ahí, cuando eres madre, que empiezas realmente a entender a la tuya.
Si tu mamá ya no está contigo y te hace falta su presencia, abrazo tu recuerdo, pero si todavía la tienes, deseo que la disfrutes por muchos años más y que realmente frenes un momento para hacerle saber en vida lo importante que es para ti ¡dile que la quieres! Estas palabras cuando se dicen desde el corazón, trascienden, marcan y alegran genuinamente el día.
¡Feliz día a todas las que somos mamás y feliz también a las que tienen madre!
Registro de Propiedad Intelectual ©Mónica Cué
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