Por Mónica Cué
¡Cómo da vueltas la vida! Cuando eran pequeños, mis hijos estaban convencidos que mis besos tenían el poder de sanar sus golpes y hoy no se han enterado de que los suyos, tienen el poder de sanar mi vida entera.
Cuando los hijos crecen, cuando empiezan a necesitarte menos; se siente como que te corren de la chamba, se cuestiona tu trabajo, se empieza a notar tu verdadero desempeño y además sin remuneración. Y es entonces que entras en conflicto, porque opinas, apoyas y te necesitan; pero sueltas, acompañas y callas ¿Dónde está el límite? Se ve borroso, y se ve borroso todo el entorno porque es justo ahí cuando seguramente tienes otros mil ajustes de vida que hay que sortear, pero además hay que salir triunfantes sin drama, sonrientes y tomar todo aquello con “naturalidad” porque es lo que marca el colectivo social, porque es como debe ser, lo que hay y lo que toca. Y bueno… De cierta forma sí que es así, pero se vale flaquear, tambalearse y frenar para intentar encontrar la forma.
La línea es muy delgada y difícil de definir, porque a fin de cuentas siempre has sabido que el fin último es verlos responsables, funcionales e independientes, ¡Que orgullo! por supuesto, pero aunque cueste aceptarlo, a los padres nos queda un dejo de nostalgia. Entonces… ¿Hasta dónde meterse y opinar sin querer controlar, hasta cuándo ofrecer soluciones y respuestas? Si por un lado hay que soltar y dejar, pero por otro lado sigues con el papel de madre puesto y sigues resolviendo, porque de cierta forma se está esperando que en verdad se haga y funcione… Que disyuntiva porque entonces vienen las siguientes preguntas: ¿Se espera que funcione y se resuelva, pero sin opinión ni injerencia? Es necesario estar al tiro de la necesidad ajena, cachando lo que hay que acomodar y haciendo las cosas para lo que “eres buena”, para lo que sí resulta que eres necesaria, pero… Todo eso ¿Sólo a veces?, ¿de qué depende?, ¿cómo se lee eso?
Insisto, la línea se ve borrosa y se reacomodan los roles desde una nueva perspectiva. Se acomodan los roles con los hijos, pero con la pareja, con los padres, con las amistades y por supuesto que también con uno mismo en todos los aspectos.
El choque psicológico como mujeres paradas ante el paso de los años, ante los hijos que crecen, los padres que envejecen, los cambios físicos o emocionales que aparecen es muy fuerte; por supuesto que abruman los estereotipos ¡Cómo no!, pero eso es lo que como generación parteaguas tenemos que romper, tenemos que romper con las exigencias sociales y con las autoexigencias desbordadas que son aún peores, tenemos que romper con la figura de madre, esposa y mujer inquebrantable, bien plantada y disponible en todo momento para todos, tenemos que romper con convertirnos en el saco de hostias que amortigua todo lo que sucede, tenemos que romper con tantas expectativas, empezar a ser y hacernos valer.
Cuando tienes una caja nueva de lo que sea que te encanta, al principio lo comes sin control y cuando te das cuenta que se va consumiendo… Empiezas a disfrutarlo y saborearlo un poco más, descubres aromas y sabores que pasaste desapercibidos, te encuentras saboreando, pero sintiendo las texturas, apreciando el color, escuchas el sonido de cada bocado y descubres matices que no habías visto. Pues eso mismo pasa con nuestros años, empiezas a vivir queriendo que el tiempo pase rápido, pretendiendo ser mayor y soñando con crecer para hacer ciertas cosas, pero cuando creces y estás ahí, te enteras de lo que queda por delante y es entonces el momento de apreciar, agradecer, valorar y disfrutar más a pesar de cualquier circunstancia. Al final… Todo esto para decir que es ahora cuando empiezas a vivir más despacio y descubrir los días con todos los sentidos.
Es ahora, justo en medio de la incertidumbre, con esta edad, con la madurez y criterio, que llega nuestro tiempo de disfrutar y disfrutarnos, es nuestro tiempo para convertirnos en nuestra prioridad, florecer en esencia y es ahora que somos más fuertes, más conscientes, más guapas, más capaces y más, mucho más… Es ahora que sabemos que podemos, que queremos y que vamos con más claridad, con más ganas de vivir, de ser y de actuar para moldear nuestra vida bajo parámetros propios.
Entonces… ¿Por dónde empezamos? Empezamos por abrazarnos, por darnos a nosotros mismos el beso de "sana sana, colita de rana" y cambiemos la perspectiva, hagamos el drama a un lado, dejemos de pensar que a esta fantástica edad estamos entre la menopausia, la decadencia y la muerte ¡Vamos pa’lante!
Registro de Propiedad Intelectual ©Mónica Cué
Comentários