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Foto del escritorMónica Cué

SOY HIJA, SOY MADRE Y PERDÓN SI NO ALCANZO.

Por Mónica Cué


Soy madre y a veces no alcanzo. Hago lo que puedo y es verdad que fallo muchas veces, pero por qué pensar que lo haría bien todo el rato, soy humano, llego a lo que llego y perdón si no cubro la expectativa, pero lo estoy intentando.


Soy madre y sigo aprendiendo. Duele sentirte fallar, duelen las malas caras, duelen la decepciones cuando no alcanzo, duele el juicio y la crítica cuando de verdad lo intento. Lo intento y sé que no es sano querer cubrir con lo que de entrada no puedo ofrecer. Ofrezco lo que tengo, ofrezco lo que se, lo más que puedo y ofrezco todo lo que soy. 


Los padres hacen, hacemos nuestro papel lo mejor que podemos sin en realidad tener ni idea de cómo. La paternidad es una primera vez con cada hijo, cada día y en cada situación. Y así como cada hijo es distinto, tiene necesidades únicas y llega en diferente tiempo y contexto; también cada padre tenemos un bagaje personal, venimos de influencias, educación, heridas y formas de amor distintas, pero lo cierto es que siempre se intenta con la mejor intención. 


Dicen que terminas por entender a tus padres cuando tú te conviertes en uno; eso tiene un cierto tono de verdad, pero personalmente creo que cuando realmente los entiendes y perdonas es cuando los humanizas, cuando conscientemente los ves como dos personas que humanamente han hecho lo que han podido en el tiempo que les toca, que con su experiencia y sus herramientas han dado su mejor ser para mostrarnos su perspectiva del mundo. Me atrevería a asegurar que los padres daríamos la vida por los hijos, pero no hay forma de desempeñar el rol sin fallos. Los hijos fallamos, los padres fallamos y cuando entendemos que nuestros padres son humanos, que traen heridas, que arrastran experiencias y que cometen errores como todos, que tienen preocupaciones y emociones que a veces no saben gestionar, situaciones que no siempre pueden manejar, pero que desde lo más profundo de su ser han intentado salir bien librados en desempeñar lo mejor posible el papel más difícil de su vida que es no sólo criar, sino educar, guiar, acompañar, formar y forjar seres humanos de bien. 


Cuando los vemos así, cuando entendemos que son humanos y también fallan, es que realmente vemos y entendemos su trascender en nosotros, comprendemos su verdadero valor, nos resuenan sus palabras y agradecemos por ellos.


Tenemos que ser conscientes de que no nos hicimos solos, que somos la educación que nos dieron, las oportunidades que nos presentaron, las herramientas que nos ofrecieron y los valores que nos enseñaron, somos la familia de la que venimos, el entorno al que nos expusieron para desenvolvernos y es cuando lo vemos así que valoramos su presencia en nuestra vida, cuando vemos que el sentido de pertenencia y el amor que recibimos desinteresadamente de su parte nos ha marcado para siempre es entonces que empezamos a comprenderlos y a comprender que no vinimos solos, que no nos forjamos solos ni somos como somos únicamente por méritos propios. Claro que nuestro esfuerzo, nuestro trabajo personal y nuestros logros cuentan mucho, pero tenemos un punto de partida que ha sido determinante.


Como hijos, tendemos a juzgar y nos tiramos a la queja en lugar de mirar los privilegios. Es verdad que naturalmente nos despegamos para desarrollarnos buscando individualidad, pero no podemos patear el pesebre, pensar que nos hicimos solos y que nuestros padres no han tenido mérito ni injerencia alguna en nuestra formación. Reconozcamos a quien lo merece, nosotros lo merecemos, pero no estamos y somos por accidente, tenemos un punto de partida que nos ha forjado y además de nuestro esfuerzo por ser mejores cada día, tenemos como cimiento el trabajo, la educación, la guía y el ejemplo de nuestros padres entendiendo que han hecho lo mejor que han podido en el tiempo que han vivido y con las herramientas que han tenido. 


Somo hijos, y siendo padres vemos a los nuestros como escultores pioneros de nuestra persona y es ahora que entendemos en reciprocidad muchas cosas, pero son nuestros hijos quienes han sido el trozo de mármol en bruto para nosotros por muchos años, en el camino hemos elegido la técnica, el material y hemos trazado cada forma a punta de mucho empeño, hemos invertido horas de trabajo y dedicación en este proyecto de la paternidad. Así también, como cualquier artista, hemos tenido días de aciertos brillantes y otros de errores nublados que forzosamente nos han impulsado a seguir y aprender, pero somos nosotros los hijos una vez formados quienes ahora somos los dueños del molde y el cincel para seguir de la mejor manera a partir de ahí, nos toca seguirnos moldeando, pulirnos, enaltecernos y volvernos el fruto y orgullo de aquellas personas que nos ayudaron a ser y que sólo han soñado con vernos bien y triunfando sin esperar mayor recompensa que eso.


Somos hijos y juzgamos, somos padres y entendemos, pero también queremos ser entendidos. Por lo menos queremos ser reconocidos como seres humanos que aman, fallan y lo intentan aunque no resulte bien todo el rato. 


Soy hija, soy madre, lo estoy intentando y perdón no alcanzo. 


Registro de Propiedad Intelectual ©Mónica Cué


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